Durante toda la Edad Moderna, ya desde el siglo XVI, las disputas entre maestros y oficiales de un mismo gremio no eran poco frecuentes, aunque la mayor manifestación de conflictividad laboral surgirá en el siglo XVIII, sobre todo a partir de 1750, como respuesta de los trabajadores a un paulatino proceso de lo que Soubeyroux ha denominado “pauperización social” [1]. En la sociedad dieciochesca se produjo un aumento de la precariedad laboral y del empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores, provocando que las clases populares urbanas se encontraran con grandes dificultades para encontrar una vivienda. Vivir en la calle ya no era una cuestión únicamente de pobres, y, en el caso de encontrar una morada en la que descansar, las condiciones de habitabilidad eran ínfimas [2].
No obstante, las clases populares no se iban a quedar de brazos cruzados, y los artesanos intentarán resistir a esta situación mediante diferentes técnicas de asociación y apoyo mutuo. Como cabría esperar, estas resistencias provocaron múltiples enfrentamientos con las autoridades locales y con los gobernantes, pero también hubo conflictos en el propio seno de los oficios.
Resistencias y conflictos laborales
Como respuesta ante esa creciente precariedad laboral, las protestas por parte de los oficiales y los aprendices fueron frecuentes, sobre todo a partir del XVIII, en un contexto de mayor polarización social que afectaba especialmente al proletariado urbano [3], por lo que los intereses de maestros y oficiales se fueron distanciando cada vez más [4]. En este período, los trabajadores contaban con distintas estrategias de apoyo mutuo y redes de solidaridad para poder hacer frente a las dificultades de la época [5], si bien dichas redes tenían sus antecedentes en varios siglos antes. Por ejemplo, en el XVI los zapateros de Oviedo utilizaban la cofradía de San Nicolás para manifestarse contra las ordenanzas introducidas por las autoridades locales [6]. No obstante, este tipo de estrategias de solidaridad serán utilizadas con más frecuencia a partir de 1750, puesto que, como habíamos indicado anteriormente, la desigualdad social en España crece, particularmente en Madrid, y se intensifica la concentración del poder económico “en una minoría de artesanos” [7].
Si las cofradías se configuraban como una institución muy importante para llevar a cabo esas resistencias populares, existían otras formas de apoyo mutuo entre los trabajadores. En el caso de los curtidores madrileños, planeaban toda una serie de estrategias matrimoniales con el objetivo de perpetuar las mismas familias en el oficio, y también para poder crear una red de relaciones entre curtidores restringida y sólida [8]. Así, esta cohesión de grupo servía para estimular las redes de crédito informal, pues la confianza y la reciprocidad eran valores determinantes en este tipo de sistemas, que se caracterizaban por la ausencia de interés en el préstamo [9].
Ahora bien, hemos hablado de resistencias y conflictos, pero ¿qué motivaban estos enfrentamientos y cómo se manifestaban? En general, parece que la mayoría de las disputas tenían que ver con las bajadas de salarios y con las horas de trabajo excesivas [10]. De hecho, el descenso salarial de los artesanos es evidente en el setecientos, ya que los precios de los productos básicos aumentaban más rápido que los salarios de los trabajadores [11]. Ahora bien, podemos encontrar revueltas provocadas por el hambre o incluso disturbios con tintes xenófobos debido a un aumento de la inmigración que, según los artesanos, favorecía el aumento de la precariedad laboral. Incluso en algunos momentos el conflicto se producía como consecuencia de la contratación de una mano de obra no cualificada (mujeres y niños) que abarataba los salarios de los oficiales [12].
En cualquier caso, y en sintonía con el concepto de “economía moral de la multitud” ofrecido por Thompson [13], los conflictos no pretendían cambiar el orden social, sino que simplemente se oponían a lo que los trabajadores consideraban una violación de una tradición y de unas costumbres laborales muy asentadas en la sociedad.
Por otro lado, cabe destacar que los conflictos no eran necesariamente violentos. En general, siempre existía una negociación previa, y el corporativismo de los artesanos permitía que los artesanos pudiesen hacer reivindicaciones a los maestros. De esta forma, a través de las cofradías y de las hermandades de socorro, es decir, del colectivo, “los trabajadores articulaban sus demandas y lograban que los maestros las asumieran” [14]. Sin embargo, es evidente que los maestros en algunas ocasiones no aceptaban las condiciones de los oficiales de los trabajadores. Cuando las negociaciones no llegaban a buen puerto, los trabajadores acudían a diferentes formas de resistencia como podían ser la huelga, la intimidación o incluso la agresión física [15]. En las huelgas, por ejemplo, las cofradías ejercían un papel fundamental, pues los artesanos utilizaban el caudal financiero de esta institución religiosa para suplir el salario que habían dejado de ganar por abandonar sus puestos de trabajo. Como consecuencia, durante el siglo XVIII, los ilustrados empezarán a tomar medidas sobre las cofradías, llegando a pedir la prohibición de algunas de ellas en 1786 [16], precisamente en un momento de gran conflictividad laboral en las reales fábricas.
Así pues, aunque la segunda mitad del setecientos fue muy problemática para los artesanos, estos se siguieron valiendo de la negociación, no solo de la respuesta directa, mientras que las huelgas, aunque tuvieron su importancia, fueron una solución mucho más esporádica.
Los zapateros: un oficio “peligrosamente” subversivo
Si hay un oficio que sobresale por encima del resto y que está presente en muchas situaciones de resistencia es, sin ninguna duda, el de los zapateros. La fama de ser un gremio con una gran capacidad organizativa y conflictiva estaba extendida por toda Europa, y España no iba a ser una excepción en cuanto a este estereotipo. Las autoridades eran conscientes de las resistencias que presentaban algunos oficiales de diferentes ocupaciones, y, de este modo, los zapateros, junto con los coleteros, herradores, estereros, bordadores y sastres eran conocido por tener una gran habilidad a la hora de reivindicar un aumento salarial o reclamar el pago de horas extraordinarias.
Muchos oficios se percibían como conflictivos, pero lo que diferenciaba a los zapateros del resto de artesanos era su alta conciencia política y que actuaban como “trabajadores-intelectuales e ideólogos” [17]. Con esto no queremos decir que todos los zapateros estuviesen interesados en asuntos políticos, aunque es evidente que una parte de ellos sí que era dada al debate y a la lectura, y así lo percibía la sociedad. En relación con esto, Hobsbawm sugiere que el proverbio “zapatero a tus zapatos” muy probablemente esté relacionado con “esa tendencia de los zapateros a expresar opiniones sobre asuntos que deberían dejarse en manos de personas oficialmente ilustradas” [18]. Es, en opinión del historiador británico, un refrán que evidencia la preocupación o la incomodidad de algunos sectores de la sociedad con respecto a la influencia que tenían los zapateros en temas que iban más allá de los de su oficio.
Esta reputación del zapatero como un político o incluso como un filósofo se puede apreciar en algunas obras literarias de la Edad Moderna. Véase Día y noche de Madrid, de Francisco Santos, donde uno de los personajes, Onofre, al tener un diálogo con un zapatero, se sorprende de la gran sabiduría que poseía a pesar de ser “un pobre remendón de zapatos”: “Fuese, sin hablar más palabra, y Onofre quedó espantado de ver un hombre “tan miserable y tan cuerdo”. Además, en la misma obra el autor aprovecha para criticar la actitud de algunos zapateros que intentan ascender socialmente y pretenden abarcar más asuntos de los que permite su oficio:
Mira tú, amigo Onofre, si el conocerse uno sirve para alivio de la vida, pues si este hiciera reparo en que era un zapatero y como tal había de obrar, tratar y ser tratado y con humilde discurso, dar estado a su hija con igual (pues al casarla con otro zapatero no la deslucía de quien era), y si lo hubiera hecho viviera más descansado.
Mucho arrastra y acaba el poder el querer ser caballero el pobre que no nació para ello. […]
También en El licenciado Vidriera de Cervantes podemos observar referencias al zapatero como una persona con una gran facilidad para la palabra y con un gran poder de persuasión, lo que de alguna manera también estaría conectado con el mundo de la filosofía y de la política:
De los zapateros decía que jamás hacían, conforme a su parecer, zapato malo; porque si al que se le calzaban venía estrecho y apretado, le decían que así había de ser, por ser de galanes calzar justo, y que en trayéndolos dos horas vendrían más anchos que alpargatas; y si le venían anchos, decían que así habían de venir, por amor de la gota.
Ahora bien, las causas de este tópico son varias y algunas no están del todo claras. El grupo de los zapateros, que contaba con una cultura propia bastante cerrada y con una identidad muy marcada [19], se caracterizaba por su independencia, sobre todo por el control de su propio tiempo en un oficio cuya división de trabajo era escasa [20] A su vez, era un trabajo que no requería un gran esfuerzo físico, y mientras el zapatero trabajaba también podía hablar, reflexionar o incluso leer. Además, cabría añadir que era un oficio indispensable para la población, ya que todo hijo de vecino necesitaba un par de zapatos, y, por tanto, el zapatero podía expresar sus opiniones sin miedo a perder su trabajo o sus clientes.
Por otro lado, los talleres de los zapateros tenían una función social notable, similar a la de una posada, ya que en ellos eran habituales las conversaciones. De esta forma, el zapatero estaba al tanto de todo lo que pasaba en la ciudad, y se configuraba como un transmisor de noticias e ideas. Por tanto, teniendo en cuenta todas las posibles circunstancias que afectaban a los zapateros, podemos sugerir que la autonomía de estos y las pocas obligaciones que tenían, como su frecuente estado de soltería, fueron algunas de las claves por las que estos trabajadores llegaron a tener una capacidad de resistencia colectiva tan eficaz y unos altos niveles de alfabetización. Ahora bien, aunque la presencia de un número insólitamente grande de zapateros intelectuales es un hecho constatado, no se puede afirmar que todos los integrantes del oficio estuvieran interesados en cuestiones políticas y filosóficas. Algunos documentos nos muestran a zapateros muy empobrecidos que se dedicaban a la venta ambulante y que no estaban alfabetizados. Florencio Fonseca, por ejemplo, era un zapatero que no sabía leer ni escribir [21], y Mariano Lapompa, sin poder mantener a su mujer, a sus dos hijos y a sus padres, “falto de todo auxilio para sostenerse, se dedicó con su acuerdo al ejercicio de la delincuencia”, acabó condenado a presidio durante ocho años por cometer un robo [22].
En conclusión, queda claro que la visión generalizada de la sociedad moderna como una época donde las élites gobernaban a su antojo no se corresponde con la realidad. Las clases bajas no fueron unos meros actores pasivos en el mundo del Antiguo Régimen y no dudaron en reaccionar contra las autoridades si la ocasión así lo merecía. Peores condiciones laborales, desequilibrio entre el aumento de los salarios y los precios de los productos básicos, mayor desigualdad social o viviendas inhabitables son solo algunas de las situaciones que los trabajadores tuvieron que soportar en el transcurso del XVIII al XIX, y que, lamentablemente, en la actualidad nos resultan tan familiares.
Bibliografía
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Notas
[1] Soubeyroux, J. (1980). “Pauperismo y relaciones sociales en el Madrid del s. xviii”, Estudios de Historia Social, 12/13, 7-227
[2] Alloza, Ángel (2000). La vara quebrada de la justicia. Un estudio histórico sobre la delincuencia madrileña entre los siglos XVI y XVIII: Madrid, Catarata, p. 223
[3] Domínguez Ortiz, Antonio (1976). Sociedad y Estado en el siglo XVIII español: Madrid, Ariel, p. 393
[4] Agua de la Roza, Jesús (2012). “Infancia y pobreza en el Madrid del setecientos”, en Hernando Ortego, Javier; López García, José Miguel y Nieto Sánchez, José Antolín (eds.). La historia como arma de reflexión. Estudios en homenaje al profesor Santos Madrazo: Madrid, Ediciones UAM, pp. 30-31
[5] Ibidem, p. 26
[6] Álvarez Blanco, Ángel Ignacio (2020). “La ciudad en transición: sociabilidad laboral y fenómeno festivo en Oviedo (siglos xv-xvi). El pleito de la cofradía de zapateros de San Nicolás y Santiago”, Erasmo. Revista de Historia Bajomedieval y Moderna, 6/7, 19-43, p. 38
[7] Nieto Sánchez, José Antolin y Zofío Llorente, Juan Carlos (2015). “Los gremios de Madrid durante la Edad Moderna: una revisión”, Areas. Revista internacional de ciencias sociales, 34, 47-61, p. 53
[8] Zofío Llorente, Juan Carlos (2012). “Artesanos ante el cambio social. Los curtidores madrileños en el siglo XVII”, Cuadernos de Historia Moderna, 37, 127-150, p. 142
[9] López Barahona, Victoria (2012). “Estrategias de supervivencia y redes informales de crédito entre las clases populares madrileñas del siglo xviii”, en Hernando Ortego, Javier; López García, José Miguel y Nieto Sánchez, José Antolín (eds.). La historia como arma de reflexión. Estudios en homenaje al profesor Santos Madrazo: Madrid, Ediciones UAM, pp. 46-48
[10] González Enciso, Agustín (1986). “Conflictos laborales en la protoindustria española”, Anales de Historia Contemporánea, 5, 59-75, p. 67
[11] Agua de la Roza, Jesús y Nieto Sánchez, José Antolín (2015). “Organización del trabajo. Salario artesano y calendario laboral en el Madrid del siglo xviii”, Sociología del Trabajo, 84, 69-84, p. 80
[12] Nieto Sánchez, José Antolín (2014). “Y todos dijeron clo y dejaron el trabajo: sobre el conflicto artesano en la España de la Edad Moderna”, El Taller de la Historia, 6(6), 19-77, p. 44
[13] Thompson, Edward Palmer (1984). Tradición, revuelta y consciencia de clase: Barcelona, Crítica
[14] Nieto Sánchez, José Antolín y París Martín, Álvaro (2012). “Transformaciones laborales y tensión social en Madrid, 1750-1836”, Encuentros Latinoamericanos, 6(1), 210-274, p. 233
[15] Véase la primera huelga de la construcción en Madrid de 1746. En este parón los canteros se quejaban de su escaso salario y, más tarde, llegaron a recurrir a la violencia: Cepeda Adán, J. y Cepeda Gómez, J. (1993). “El reformismo ilustrado. Política y economía”, en Fernández García, Antonio (dir.). Historia de Madrid: Madrid, Editorial Complutense, pp. 295-296
[16] Véase la Resolución de Carlos III de 1786 “[…] sobre reforma, extinción y respectivo arreglo de las Cofradías erigidas en las Provincias y Diócesis del Reyno”, AHN, Consejos, 7090, Exp. 1, Fols. 268r – 278v
[17] Hobsbawm, Eric (1999). Gente poco corriente. Resistencia, rebelión y jazz: Barcelona, Crítica, p. 32
[18] Ibidem, p. 33
[19] Burke, Peter (2014). Cultura popular en la Europa moderna: Madrid, Alianza, pp. 79-81
[20] Poni, Carlo (1996). “Normas y pleitos: el gremio de zapateros de Bolonia en el siglo XVIII”, en López Barahona, Victoria y Nieto Sánchez, José Antolín (eds.). El trabajo en la encrucijada. Artesanos urbanos en la Europa de la Edad Moderna: Madrid, Grupo Taller, Los Libros de Catarata, p. 155
[21] AHN, Inquisición, 3728, Exp. 221, Fol. 6
[22] AHN, Consejos, L. 1403, Exp. 77, Fols. 678r – 678v
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